El espacio escolar está marcado por el encuentro de la diversidad, siendo la familia una de las fuentes de esta. Reconocerla, aceptarla y valorarla permitirá disminuir las barreras para el aprendizaje. Además, favorecerá la construcción de la narrativa personal de los estudiantes, permitiendo un mayor compromiso y motivación por el aprendizaje. Esto implica desafíos tanto a nivel escolar como familiar. Te invitamos a descubrirlos.
Este artículo fue escrito originalmente para (re)conectados, juntos aprendemos mejor, en mayo de 2020
La diversidad en las familias
Tradicionalmente se ha tendido a pensar a la familia como un grupo de personas compuestos por un papá, una mamá, y al menos un hijo o hija. Esta definición ha ido perdiendo terreno a medida que se han ido validando otras configuraciones familiares, y se ha pasado de comprender a la familia desde su composición hacia las funciones que se cumplen en el grupo familiar.
Esta conceptualización permite la validación de familias muy diversas: sin hijos, niños cuidados por abuelos, parejas que cuidan de sus propios hijos y de sus sobrinos, parejas del mismo sexo con o sin hijos, papás o mamás solos al cuidado de sus hijos, familias con hijos adoptados, etc.
Mientras se satisfagan las necesidades de cuidado, protección y afecto, un grupo de personas podrá ser considerado una familia, independientemente de quiénes lo componen. Este punto de vista resulta interesante en muchos sentidos, pues releva la importancia del vínculo, y de que grupos muy diversos pueden constituirse como familias más allá del modelo tradicional, e independiente de la cultura familiar que tengan (sus creencias, comprensión del mundo y prácticas).
¿Por qué es importante tener en cuenta estos aspectos en la educación?
La diversidad en las familias debiese ser visibilizada y valorada en las escuelas. El espacio educativo en sí mismo es un lugar de encuentro de la diversidad: todas las personas que pertenecen a la comunidad escolar la encarnan. Dadas sus historias, experiencias, lugar de origen, cultura particular, entre muchos otros factores, las fuentes de diversidad son múltiples.
Si se reconocen los distintos tipos de familia, se le abrirán espacios a los estudiantes para desplegar su individualidad, su historia y su bagaje. Tener esta posibilidad permitirá a los niños y adolescentes integrar esos aspectos en su narrativa personal, ayudándoles a construir un autoconcepto (lo que cada uno entiende sobre sí mismo) más rico. Desde allí, si además se valoran los aspectos diferentes de cada uno, se estará permitiendo la formación de una autoestima (la valencia, positiva o negativa, que se le da al autoconcepto) positiva. Estas narrativas están a la base de la identidad de las personas, y si se favorecen en el espacio escolar, se sentirán más identificados con la escuela.
Cuando los estudiantes se sienten reconocidos, cómodos y felices en el espacio escolar, es decir, se favorece una autoestima positiva, las probabilidades de generar aprendizajes son mayores. Y si se permite que los miembros de la comunidad escolar se sientan validados y valorados en tanto personas diferentes y diversas, es mucho más probable que se involucren en los procesos de enseñanza-aprendizaje. Por ejemplo, si un profesor se siente reconocido en tanto sus características personales, es más posible que se involucre más activamente.
El desafío de la escuela
El concepto de inclusión ha estado en boca de todos los actores de la comunidad escolar desde hace varios años. En muchos casos, se le tiende a asociar con la atención a las necesidades educativas especiales. Sin embargo, cuando se habla de inclusión escolar esta va mucho más allá de este tipo de necesidades. La verdad es que la inclusión es un proceso en el que se minimizan o eliminan las barreras para el aprendizaje. Una forma de sortear estas barreras es a nivel de la cultura escolar, valorando la diversidad presente en los colegios.
Este es un gran desafío con el que se enfrentan los centros educativos. Para poder valorar la diversidad, el primer paso es visibilizarla; darse cuenta de que existe. Y como se mencionaba anteriormente, una de las fuentes de diversidad son las familias que se encuentran en el colegio.
Las escuelas, entonces, deben ser capaces de ir más allá de las concepciones tradicionales, y darse cuenta de que existen distintos tipos de familias que conviven allí. En muchos casos, puede que incluso se percaten de que la “familia tradicional” es la menos frecuente dentro de la comunidad. Lo importante será entonces abrir espacios y dar oportunidades para que todos los estudiantes se sientan reconocidos en cuanto a sus realidades familiares.
Para ello, tanto profesores como equipos directivos y de apoyo deberán ser conscientes de que lo que hace que una familia sea una familia son más las funciones que la forma. Y desde allí, deberán modificar también las prácticas que se llevan a cabo en los colegios.
Por ejemplo, si normalmente se invita a participar a padre y madre a las reuniones de apoderados, se podría incluir a otros adultos que son significativos para los estudiantes: tíos, abuelos, e incluso en algunos casos personas sin vínculo sanguíneo como nanas (que a veces pueden estar más al tanto de la realidad escolar de los alumnos).
Otra idea: cuando se celebren días como el del padre o de la madre, se le puede dejar abierta la posibilidad al estudiante de que dedique el trabajo que se realice a otra persona significativa en su vida. Lo mejor será adelantarse y permitir estas posibilidades, sin necesidad de que el alumno tenga que exponerse a ser el “distinto” dentro del curso.
Este tipo de acciones no sólo permitirán que los estudiantes se sientan más cómodos y reconocidos, sino también favorecerán un mayor acercamiento de parte de las familias al espacio escolar. Y esto, a su vez, aumentará el involucramiento y con ello se podrá mejorar la participación en los procesos que el colegio proponga.
El aporte de las familias
Como es de esperarse, dado que la inclusión es un proceso continuo para minimizar y eliminar las barreras, siguen existiendo situaciones en las que la diversidad aún no se visibiliza ni se valora. En estas situaciones, las familias que conviven en los espacios educativos cumplen un rol importante.
El gran aporte que pueden realizar las familias es, en primer lugar, comprender que hay encuentro de diversidad en el espacio escolar. Si bien existen muchos puntos en común entre las familias que allí tienen a sus hijos (partiendo por adherir al Proyecto Educativo Institucional), inherentemente existirán diferencias en distintos grados entre las personas que conviven en los colegios.
En segundo lugar, es importante que las familias puedan transmitir a los niños y adolescentes el valor de ese encuentro entre personas con diferentes características e historias. No sólo que toleren o acepten, sino que vean el valor de ese encuentro: ellos pueden aprender de mí, y yo puedo aprender de ellos.
Y en tercer lugar, será favorable que las familias se reconozcan a sí mismas en su propia diversidad. Esto quiere decir, que sean capaces de ver sus características, su historia, la forma en que ven el mundo, etc. El hacerlo facilitará el proceso de la construcción de la narrativa e identidad de los niños y adolescentes, ya que otorgará elementos para esa construcción.
Todo lo anterior permitirá que el encuentro entre personas en los colegios sea más armónico, facilitando procesos de convivencia escolar positiva. Así se podrán construir espacios más inclusivos donde todos se sientan valorados.
Josefina Jorquera Walsen
Psicóloga
Magíster en Psicología Educacional